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Los que velan en la carretera cuando todos celebran la Navidad

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Mario Alemán / El Tiempo
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Mientras muchos preparan su cena con familia, ellos recorren kilómetros de asfalto, pendientes por si alguien requiere ayuda.

La noche cae temprano en diciembre. El frío muerde la piel y la carretera 53, esa larga línea oscura que une Monclova con Monterrey, respira un silencio que engaña: parece tranquila, pero nunca duerme. Entre los faros que van y vienen, una patrulla y una unidad de rescate avanzan despacio, como si abrazaran la rúa para que nadie se pierda en ella.

A bordo van policías, rescatistas y paramédicos de Policía Municipal, Protección Civil de Castaños y GRUM, hombres y mujeres que este mes no acomodan regalos bajo un árbol ni calientan ponche en la estufa. Ellos celebran diferente.

Mientras muchos preparan su cena con familia, ellos recorren kilómetros de asfalto, pendientes de cualquier luz que titile en el horizonte, de cualquier señal que indique que alguien necesita ayuda. No importa si son paisanos que regresan a casa, familias de la región que viajan a Monterrey, o desconocidos que jamás volverán a ver… ellos siempre responden.

El director de GRUM, Daniel Segovia, lo dice con voz tranquila, como quien carga una verdad que aprendió en la práctica: —En estas fechas la carretera se llena, y si pasa algo, el tiempo es lo único que no podemos perder.

Por eso salen. Por eso vuelven a salir. Por eso no se detienen.

En la oscuridad, la carretera respira más hondo. El aire se enfría, los neumáticos suenan sobre el pavimento y, de repente, las luces de la patrulla iluminan un tramo donde hace unos días ocurrió un accidente. Nadie lo dice, pero todos en la unidad lo recuerdan: una familia que nunca llegó a la cena. No quieren que pase de nuevo.

En silencio, continúan.

Quizá en alguna casa, ahora mismo, una madre está poniendo los platos en la mesa y un niño pregunta por qué el tío aún no llega. Tal vez está detenido en esta misma carretera, revisando una llanta o tratando de avanzar entre vehículos. Para eso sirven estos recorridos: para que esas mesas no queden con un lugar vacío.

Porque mientras alguien levanta su copa para brindar, ellos levantan un radio para pedir apoyo; mientras unos desean paz y amor, ellos desean llegar a tiempo a un llamado; mientras una familia se abraza, ellos abrazan la responsabilidad de proteger a todas esas familias que sí pudieron reunirse.

Al final del turno, quizá no haya regalos, ni cena caliente, ni voces cantando villancicos. Pero sí hay algo que calienta el corazón: saber que, gracias a su presencia, cientos de personas avanzaron con seguridad hacia quienes los esperan.

Esa es la otra Navidad, la que se vive entre sirenas, carreteras frías y luces intermitentes. La Navidad de los que cuidan, de los que vigilan, de los que no le temen a la noche porque saben que una vida puede depender de ellos.

Y aunque pocos lo noten, ahí están, recorriendo la 53, con la fuerza de quienes dan sin pedir nada a cambio.

Los guardianes de la carretera… los que también desean felices fiestas, aunque las pasen en servicio.

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